Escuchando música hermosa y leyendo ciertas cosas en páginas que cargan mal en este PC que me odia, recordé mi estadía en la secta de los boxer de lycra; aquellos tiempos en que sentía la necesidad de comunicar que ellos ahí estaban, de comunicar que los llevaba puestos, de cotizar y cotizar y cotizar los precios de los diversos colores, texturas, telas, diseños y modelos.
Se fueron aquellos tiempos fervientes en los que adoraba con fanatismo la ropa interior, inclusive un poco más que la "exterior", es bastante raro. Como que súbitamente dejé de visitar sitios como http://www.jasz.cl o investigar los precios en dólares de las más exquisitas prendas de grandes marcas en las más prestigiosas tiendas on-line.
Aquella pasión de repente se fue y recuerdo con regocijo aquella época en la que pasaba horas y horas pensando sólo en ropa y conversando con una población bastante reducida acerca de aquello (jajaja, cómprate una vida), y hacía aquello sin dejar de lado mis constantes incursiones en búsqueda de disonancias preciosas y de sus nuevos creadores; ni la escucha fiel a Maurice Ravel; de fascinarme de la escritura de Nicanor Parra, Huidobro y otros; de leer como loco el Curtis y maravillarme con la perfección de la vida; además de comprarme más ropa y comenzar con las primeras admiraciones y estudios inocentes a los teléfonos celulares.
Me da algo de penita haber dejado de lado aquel pasatiempo de andar viendo qué cosa no mostrar al público y con qué prenda subirme la autoestima frente al espejo del velador y sentir el gusto de tocar (hay algunas fabricadas de telas muy suaves) en lugar de andar buscando algo con qué sentirse más cómodo...
Creo que nutro bastante mi consumismo y mi Yo alieanado al creer un bien material un fin tan grandioso, pero a pesar de verse aquello como algo perverso y fetiche, me gusta.
Me encanta sentir que llevo puesta una prenda de calidad (aunque la unicidad de aquella te la encargo), saber lo que sé de teléfonos móviles y de admirarlos de la forma como yo lo hago; me gusta también eso de pasear por los centros comerciales vitrineando y probarme ropa sin comprarla, gastar mucho dinero, ver el precio de los libros y CDs y morirme de la emoción prácticamente al ver en el escaparate un título demasiado atractivo.
Lo admito:
El Mall es catedral en mi doctrina
y si piensan que soy maligno, es asunto suyo
porque mi mundo es demasiado atractivo como para pensar en la posibilidad de dejarlo siquiera.
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